Nunca fue ni más linda ni más joven , ni más fea ni más vieja : Tía Eva era atemporal , estéticamente indefinida,pero aún así , personal y diferente .
Siempre quise ser su sobrina . Mis padres,por esas cosas que tienen los padres, eligiéndonos los parentescos , imponiéndonos querer a algunos e ignorar a otros , me permitían decirle Tía con la debida distancia .
Ella venía a mi casa a hacerle masajes a mi madre que era algo gordita y confiaba en los amasamientos más que en las dietas , porque era mucho más fácil y placentero . Eva hablaba y hablaba , contaba historias sobre su otra única clienta que le acaparaba la vida , a cambio de lo cual le regaló una casa en El Palomar con perros y todo : unos fox terriers negros , muy maleducados , que seguramente le sobraban a la dueña . “ La Húngara “ era una mujer archimísimamente millonaria que vivía con su madre en un palacete ex Alvear o algo así ( yo era chica y sabía poco de nombres, calles y linajes ) , cuyo marido inventó en Argentina lo que no puedo nombrar aquí , pero igual diré que el implemento contenía su apellido en la marca . Bueno , de lo que nunca podré olvidarme es de las tortas fabulosas que hacía la cocinera de La Húngara y de los goulach con späztle que la Tía se manducaba en la cocina . Cuando La Húngara andaba medio enferma , comía con mi Tía en su cuarto , porque la soledad la deprimía y le agravaba los eternos dolores de cabeza .
Siempre con cubiertos de plata , copas de cristal Saint Louis , carpetas de encaje y saleros de Fabergé . Eva se sentía una reina , porque en su casa regalada no pasaba de la vajilla de vidrio irrompible y el sifón sobre la mesa.
La otra clienta no podía saber de la existencia de mi madre , su otra clienta , a riesgo de que fuera sustuída Eva como masajista de la “corte” .
Ella eternamente sostenía entre sus dedos , marrones de nicotina , el cigarrillo negro que la acompañaba siempre , humeando sus cuentos que me mantenían sentada junto a la camilla de masajes de mi madre . Cuando caminaba , Eva llevaba en la mano izquierda la cajita exterior de los fósforos Ranchera , a modo de cenicero vertical , o en su falta , usaba el hueco de la mano que nunca entendí cómo no se le quemaba .
Si mi padre tenía algun problema muscular, ella era la fisioterapeuta , si yo me engripaba o tosía , era la curandera que aplicaba las ventosas que se adherían a mi pobre espalda , pero eso ya era una operación mayor que mi madre observaba algo preocupada , mientras Eva les pasaba dentro una vela con… ¿ fuego ? Yo miraba el show y me sentía muy importante , como la partenaire de un mago en una actuación de gran riesgo .
Cuando la madre de La Húngara murió ( la Señora L., también húngara ) , Eva se mudó a su casa pero dejó a Cirilo, su marido , y a sus dos hijas en El Palomar.
Ya estaba ocupando el lugar de la mamá de su clienta , su casa y una mucama que pasó a heredar . Así que cuando su familia la visitaba , ella era la anfitriona que poco a poco fue convirtiéndose en la distinguida señora de la casa que miraba con cierto desprecio a los pajueranos que venían de la provincia con olor a manteles de hule .
Igualmente siguió visitando mi casa y se vé que se sentía a gusto , porque cada vez pasaba más tiempo con nosotras y nos confiaba las alternativas de los romances húngaros y algunas czardas de alto voltaje que nos mantenían hipnotizadas , aunque algo molestas por su estilo insolente, su cinismo y su desparpajo . Había sumado a su tarea , la de guardadora de alhajas y cuidadora de la pinacoteca de la gran sala , objetos valiosísimos (según ella ) que La Húngara no confiaría a nadie más .
La recuerdo así : el pelo rubio , fino , corto sobre su cara , chocando contra el marco de carey clarísimo, algo encorvada por los años pasados inclinada sobre una camilla , y la alianza de oro en su dedo medio para que no se le resbalara por las cremas de masaje , mocasines de taco bajo , un delantal blanco impecable , la actitud canchera , cómplice , simpatiquísima . Leía 2 ó 3 periódicos cada día y relataba las noticias en voz alta con sus correspondientes comentarios . Tenía una fuerza bruta de la que hacía alarde y también un toque suave y firme , muy profesional . Tantos años de pasar sus días en un entorno refinado , le habían dibujado una cierta distinción que los beiges y las heredadas bufandas de Burberry acentuaban . Y así se fue alejando de sus orígenes , como una fiel servidora mimetizada con su ama , aunque independiente y ácida cuando se desengrillaba y volvía a su mínima guaranguería .
A veces Eva llegaba a mi casa antes que mi madre y me contaba con pelos y señales todo lo que contenían los cajones de La Húngara y las biblotecas de su enorme escritorio donde esa señora escribía interminables cartas intraducibles. Me había prometido llevarme un día allí , para presentarme como su sobrina y hacerme conocer todo aquello de lo que siempre hablaba : una especie de Greta Garbo local , bella , frágil , misteriosa y un palazzo con cinematográficas escaleras que llevaban a cuartos con múltiples espejos , arañas de cristal de Bohemia y biombos de Coromandel . A mi me tentaba , más que nada , la Dobosh Torte que , según la tía , si no salía perfecta iba inmediatamente a parar a la basura .
La Húngara murió cuando yo era casi adolescente . Eva vino a mi casa a hablar con mi padre en cuyo juicio y honestidad confiaba altamente : un testamento póstumo la nombraba heredera del 30 % de los bienes que aquella mujer sin descendencia y ya sin marido poseía en la Argentina , convirtiendo a la Tía en una señora acomodada de familia “ desconocida ” , cada vez más lejana , pero siempre subvencionada por ella , hasta su muerte .
Yo recibí 3 muñecas de porcelana y un anillo de jade que eran de La Húngara , con un escorpión de platino y diamantes incrustado sobre la piedra oval .
Eva siguió siendo masajista de mi madre , pero ya no cobraba ; venía a tomar el té porque había quedado algo descolocada con la herencia y sin nungun referente .
Sus hijas no permitieron que nadie se despidiera póstumamente de ella y la enterraron no sé dónde , quizás convertida en cenizas como aquélla , la de sus cigarrillos , cremada como era su deseo , coherente con su desafiante escepticismo .
Hace un tiempo que murió Tía Eva y su recuerdo se va desdibujando , por eso quise escribir estas líneas , ya que aquéllos que quisimos y nos quisieron
merecen , por lo menos , conservar una cierta presencia que perdure hasta nuestra propia despedida .
9 comentarios:
Ele!! que historia la de la tía Eva!
Muy lindo su relato.
Saludos
Preciosa historia, cuanta razón hay en el último parrafo.
Un abrazo desde el túmulo.
qué bueno esto!
pesunias , tumus y maría , gracias !
Quién no tiene una Tía Eva ?
Y si somos suficientemente pintorescos ( para alguien siempre lo somos ) , nos tocará ocupar ese lugar . Un petit consuelo en el paso por este escenario que no nos da tiempo para volver .
Delicioso, Ele.
Todas las mujeres tenemos una Títí inolvidable entretejida en nuestras historias...
Y tengo a la mejor del mundo!
Gracias Zoey .
Cuente Clari . Yo tengo por lo menos dos tíos , insuperables .
no puedes regatear a la muerte, pero si alguien te recuerda en el último instante es un poco como seguir vivo.. ojalá alguien cuente algo de nosotros llegado el momento...
Beau , no morir del todo y para siempre , mal o bien , como sea ...
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